miércoles, 22 de febrero de 2023

SEMBRAR LA VIDA

 

MOVILIZARSE PARA LA PAZ

 

Me subí a un bus y observé que la gente no ocupaba el único asiento que estaba vacío,  me apresuré a ocuparlo y me di cuenta entonces por qué nadie quería sentarse allí. En el espacio de la ventana estaba un hombre con aspecto marginal y una marca  que los demás percibían de un solo golpe de vista. Lo miré de reojo, al rato cerró la ventana del asiento de adelante con un movimiento brusco y mascullando algo en tono agresivo. El hombre, un blanco mestizo de unos cuarenta años, calculo, expresaba en su rostro desprecio hacia los otros, un resentimiento que surgía de algún abismo de su mente. Me dio la sensación de que el hombre debió salir o venía huyendo de alguna cárcel, me pidió para el pasaje luego no tenía un centavo en el bolsillo.

 Detrás de esta anécdota existe una realidad espantosa que empuja a una parte de la población humana a  subsistir en las más abyectas condiciones de vida..

Las cárceles donde se mezclan: asesinos psicópatas con ladrones de menor cuantía, violadores, proxenetas, carteristas,  ladrones de bancos, estafadores públicos, políticos ambiciosos en desgracia y enloquecidos por el poder y la plata, narcotraficantes dispuestos a los peores crímenes también por dinero. Una vez adentro puede suceder cualquier cosa.

 Las cárceles. como se repite constantemente, sin tener mucha conciencia de lo que se dice, son escuelas del crimen donde los pequeños delincuentes se gradúan de asesinos, y salen con ese sello marcado en la frente, por eso cuando salen o alguna de las veces que salen, vuelven a entrar en una suerte de juego en el que delinquir es una forma de vida en la que muchas veces tienen trato con los mismos vigilantes, quienes los sueltan y luego los atrapan, es voce populi, como dicen en ese latinajo, sin embargo la cosa continúa y se tolera. 

Las cárceles son esos infiernos de cemento donde se encierra a los pequeños y grandes infractores.  Pero parece que todos llevamos el monstruo adentro, que todos tenemos latente al santo o al asesino, dependiendo del grado de conciencia que hayamos desarrollado en nuestro espacio de vida.

 Hay tantos enfermos mentales encerrados en las cárceles, cuando deberían estar en hospitales, atendidos con terapias psiquiátricas de acuerdo a la gravedad del caso. Una sociedad equilibrada, tendría como prioridad la cura de esas personas.  Lo absurdo y trágico a la vez es que cuando las estafas y robos provienen de los grandes poderes pueden ser considerados gajes del oficio, pero los asesinatos y crímenes masivos en las guerras son vistos como normales por la perversión ciega de las leyes, siendo una muestra de la insanía y el desequilibrio en las que están sumidas nuestras sociedades globalizadas.

 Transformar este caos que parece no tener salida, requiere un tratamiento basado en acciones positivas en lugar de medidas represivas. Los políticos se hacen la propaganda, pidiendo a gritos en sus discursos, más plata, más armas para la represión policial, como medios para combatir la delincuencia callejera cada vez mayor, pero no van a las causas, ni son capaces de analizar a fondo el problema para dar con el origen del fenómeno de la violencia y encontrar la fórmula real para revertir la situación. La inteligencia humana puede  encontrar la solución al reflexionar con honradez y ética, sin mirar de soslayo intereses mezquinos y conveniencias monetarias.

 La educación en la infancia es el primer peldaño para la convivencia humana solidaria, educación basada en el respeto al aspecto emocional del niño, al desarrollo de su creatividad, razonamiento y sensibilidad. Pero para esto necesitan reeducarse los padres, los maestros, los medios de comunicación, reeducarse los políticos, las instituciones encargadas de la represión policial y militar, reeducarse quienes imparten las leyes civiles y penales, y con ellos la formación ética y científica de los organismos encargados de mantener la salud mental y física de la población.

 En los noticieros cotidianos se pone  en primer plano todo lo negativo, pocas veces se priorizan las buenas noticias. Será que dan raiting los crímenes callejeros, las matanzas entre delincuentes, los escándalos políticos, las perversiones sexuales, las guerras y amenazas de guerras de gobernantes dementes?  Y qué significa el raiting para los medios de comunicación sino más audiencia por parte de la población y por lo tanto más dinero que proviene de la propaganda comercial. Somos cautivos de un escenario social negativo que sirve para reproducir conductas destructivas en la población.

 En el caso de las actuales matanzas entre rusos y ucranianos que antes formaron parte de la Unión Soviética, parecería que los europeos desconocen su historial de las trágicas guerras mundiales que experimentaron en el siglo pasado y se involucran cada vez más en la escalada de dicha guerra, se someten a la voluntad de líderes sin conciencia que empujan al armamentismo porque para muchos la guerra es un buen negocio.

 En esa paradoja absurda los medios de comunicación nos muestran, de una parte, el terremoto de Turquía donde los rescatistas remueven desesperados los escombros buscando vida, se regocijan cuando encuentran a un superviviente, sea humano o animal, por otro lado, no lejos, otros se regodean con la muerte y la destrucción de seres humanos en la guerra fratricida entre rusos y ucranianos. Pero lo que sorprende también es la pasividad de la población europea que empieza a sentir las consecuencias de la guerra y que todavía no se ha rebelado, no se ha levantado masivamente para protestar contra esta guerra que pone en peligro no solo a ese continenente sino al mundo entero.

 Los medios de comunicación públicos o privados podrían servir para oponerse a la violencia, llamando a la población a marchas multitudinarias por la paz frente a las guerras y el crimen, movilizarse por la defensa de la naturaleza,  despertar a la gente con documentales, debates y programas para concienciar sobre el peligro de las drogas, privilegiar el arte y las ciencias como vías para evolucionar hacia el conocimiento, la sensibilidad, y la riqueza espiritual.

martes, 7 de febrero de 2023

 

ESTACIÓN

 

 

    -Nunca se cansan. Acuéstense un rato y conversemos- dice la madre. Las familias han llegado en caravanas de casas rodantes hasta el albergue y se han estacionado en el patio a un costado del edificio de dos pisos construido de caña guadúa y hojas de palma. Antes de ir a pasear cerca del río, Anatolia y sus hijos, de once y trece años, suben a la habitación luminosa, se hunden en las hamacas y empiezan a mecerse rítmicamente hasta quedar dormidos: sueñan en praderas extensas, en bosques interminables y en lagos transparentes, en animales y hombres cruzando los caminos e internándose en la foresta. Sueñan en un vuelo placentero por campos y montañas, sobre la inmensidad azul del mar y entre la levedad de las nubes blancas. Sienten la quietud y la conciencia de ese estado, se ven viajar en una cápsula transparente y tibia a través de la eternidad del cosmos.

   En todo eso sueñan, sólo que esta vez, el sueño se interrumpe cuando a mitad de su vuelo onírico sobre el planeta divisan una montaña, una roca incandescente que cambia de color: del amarillo al naranja y al rojo, cuando este último color aparece son atraídos por una fuerza gravitacional que los hace precipitarse a tierra sin poder evitarlo, entonces despiertan bañados en sudor y abrazan a la madre con un miedo inexplicable.

     Anatolia mira a sus hijos; ella sabe que ha llegado el momento de ayudarlos para que hicieran consciente aquella realidad que estaría omnipresente en sus vidas, aunque su preocupación va más allá, tal vez porque en el fondo tampoco acepta la idea de continuar con aquella amenaza que echa sombra sobre la realidad armoniosa del presente en el que conviven, donde cada ser humano conoce las nociones de felicidad y de libertad, que en el pasado habían sido consideradas utópicas.

      Anatolia lleva a sus hijos por un largo sendero, la sensación que ellos tienen es la de aproximarse a un espacio misterioso y sus pasos rápidos expresan ansiedad y temor al mismo tiempo. A los lados del estrecho camino de tierra y hierba apisonada por los caminantes, hay un inmenso terreno sembrado de maíz junto a otras plantas. Sobresalen las hojas longilíneas y en el silencio se oye el rumor del viento que las mueve en oleadas. Finalmente el sendero termina en un campo abierto. –Allá está la laguna- dice Anatolia.  Ictasí y Sariam la siguen con ansiedad y en silencio, -¿Dónde?-, preguntan. Caminan todavía un buen trecho y finalmente llegan a la laguna. Está rodeada de un montículo de tierra, desde donde algunos pájaros alzan el vuelo cuando ellos se asoman a la orilla.

     La pequeña laguna, lugar de descanso y para calmar la sed de cuantos pasan por  ahí tiene un diámetro no mayor de veinte metros. La superficie ligeramente agitada y de un tono verde oscuro alberga algunas plantas acuáticas, y unas pocas aves picotean en sus orillas.

     Cuando Anatolia y sus hijos suben al montículo, tienen al alcance de sus ojos toda la superficie del pequeño lago, ahora refulgente a causa del sol del medio día. Anatolia camina hacia un gran árbol que está a unos metros de allí. Sus hijos esperan en el montículo y cuando ella se acerca, lleva en su mano una fruta de aquel árbol, la abre y saca una gran semilla, mostrándola a los niños.

     -Vamos a esperar que pase el medio día, coman un pedazo de esta fruta, por acá le llaman el árbol del pan, es un almuerzo completo, esperemos a que el sol baje.

     Cuando los rayos del sol caen oblicuos sobre el paraje, Anatolia se pone de pie y sus hijos la imitan, arroja la semilla hacia el centro de la laguna y espera. Hay un rumor que brota de la laguna y una boca oscura se abre al caer la semilla, los niños se juntan con algo de temor. Ella le habla en alta voz desde donde está, pidiendo al  agua les cuente la historia de la civilización que habitó esas tierras en el pasado.

     La fuente de agua responde con un sonido profundo y la boca se vuelve a cerrar. La superficie se pone lisa como un espejo. La historia de aquella civilización empieza a aparecer en imágenes como en una pantalla de cine, mientras la voz diáfana del agua narra la historia…

     -Era un mundo de seres humanos que buscó su propia aniquilación.Tenían una concepción feroz de la existencia, eran pueblos arraigados a territorios y que individualmente o en grupos familiares acaparaban la tierra que hacían producir sin descanso, envenenándola con substancias hasta dejarla convertida en un erial. Dueños de minas, tierras agrícolas, fábricas y grandes empresas e instituciones usureras, intercambiaban riquezas con grupos igualmente privilegiados de otros territorios del mundo. El resto de seres humanos que eran la mayoría, estaban sometidos a ese sistema de vida, la mayoría paupérrimos, sufrían hambre, enfermedades y las consecuencias de guerras devastadoras.

     -¿Y no pudieron rebelarse? – dice Ictasi, mirando perpleja las imágenes sobre el agua - En nuestro mundo incluyendo los niños, todos tomamos parte en las decisiones. ¿Qué les sucedía a esos infelices?

     -Para mantener esa forma ominosa de dominar a los pueblos- continuó la fuente-, los grupos que controlaban aquel mundo construyeron armas cada vez más sofisticadas; llegó a tal nivel su codicia y perversidad que no dudaban en crear situaciones de conflicto, manipulando la mente colectiva para que explotara una guerra en cualquier punto del planeta. El comercio de armas se había difundido tanto, que empezaron a educar a la gente para inducirlos a la violencia por todos los medios posibles. La tecnología que habían creado se puso al servicio del crimen y de la agresión entre los individuos y entre los pueblos.

   Inventaron armas con un refinamiento demencial y proyectos para usarlas contra otras naciones para saquearlas y manejar el mundo a su antojo. Pero llegó un momento en que todos esos actos perversos, la inconsciencia y la avidez que empujaba cada vez más al crimen colectivo y a la destrucción de la naturaleza, se volvió como toda acción perversa, contra toda esa humanidad embrutecida y sin conciencia. Habían unos pocos líderes que fueron capaces de ver la hecatombe que se venía, gritaron y pidieron detenerse pero las multitudes hambrientas, enfermas y debilitadas por los vicios no pudieron contra los hacedores de ese destino infernal al que iban a precipitarse en poco tiempo. 

     Las imágenes se sucedían vertiginosamente sobre la superficie del agua, siluetas de hombres luchando en forma caótica, ciudades devastadas e incendiadas y la naturaleza revolviéndose de furia y engullendo multitudes.

     -Llegó el día en que hubo una guerra espantosa donde utilizaron el armamento más letal que habían construido -continuó narrando-, envolviendo al mundo en una explosión pavorosa que cubrió la tierra de oscuridad. Fue una noche que duró más de cien años, quienes habían venido preparándose para esta catástrofe con la ayuda de los protectores del cosmos, lograron sobrevivir en pasajes subterráneos hasta que la atmósfera radiactiva se hubo disipado. Varias generaciones crecieron y terminaron su vida sin conocer lo que era el calor del sol ni su luz bienhechora, esos padecimientos y la adaptación de la vida bajo la tierra junto al fuego interno y a los ríos subterráneos, dio una nueva fortaleza y una nueva conciencia a los seres humanos que sobrevivieron.

     Las imágenes eran nítidas, se veía oscuridad y pasillos subterráneos laberínticos en cuyas paredes se incrustaban unas cuevas iluminadas por antorchas. Los habitantes de esas cavernas acudían a los ríos del subsuelo para sacar su alimento o cazaban murciélagos y otros  quirópteros  y ratas que se convirtieron en el animal que siempre acompañó al humano en esos avatares.  Había  unos árboles grandes y blancos, visibles en la oscuridad, que crecían y daban un fruto especial cuya semilla caía y se reproducía con rapidez, ese árbol blanco fue su salvación, todos lo protegían y sembraban su semilla por doquier, el árbol alimentó a todos durante ese período subterráneo de la humanidad. Cuando se acercaban a los abismos, el paisaje se iluminaba y el aire quemaba, al fondo de ellos corría lava incandescente y en las dos primeras décadas, para evitar las riñas y crímenes se impusieron leyes bárbaras y a los malhechores se los arrojaba a los ríos hirvientes, aunque después eso cambió y los ríos infernales sirvieron para arrojar los cadáveres de la gente y de los animales que morían, después de realizar un ritual de despedida.

     Al cabo de más de un siglo, sigue contando la fuente, mientras las imágenes proyectaban los primeros rayos solares, abriéndose paso y calentando al planeta, el agua comenzó a recuperar la vida así como la vegetación y las aves. Los animales iban saliendo de sus mazmorras para recuperar su antigua apariencia, sus colores y sus alegres murmullos.  Cuando el humano se dio cuenta del renacimiento de la luz solar, observando a los animales sus compañeros,  se acercaron poco a poco a los puntos luminosos que en un principio los cegaban porque sus ojos se habían acostumbrado a la oscuridad, el pelo y la piel habían perdido el color y tenían apariencia albina por la carencia de melanina.    Paulatinamente iban saliendo a la superficie, decía el agua, primero a los puntos de luz, luego fueron adaptándose a la claridad de los espacios luminosos; realizaban ceremonias y rituales diarios en esos lugares que estaban iluminados por la claridad del sol, al amanecer y en el crepúsculo. Más tarde lograron exponer cada vez más sus cuerpos a los rayos solares, y su apariencia fue cambiando lentamente.

     Se alegrarán de vivir en este tiempo, dice el agua, cambiando de tono. Han logrado organizarse de la única forma que podrán sobrevivir y permitir la vida en este planeta.

      -Pero, y la montaña que vimos en sueños, qué tiene que ver con eso-  insiste Sariam.

Sobre las montañas que vieron en sueños, continuó hablando el lago, en nuestro planeta existen diez colinas de cemento  que cubren esas armas letales de las que hablé hace unos instantes. Son capas y capas de cemento que han sido vertidas por los seres humanos desde el aire sobre ese basurero nuclear: armas químicas y bacteriológicas, todo un arsenal mortífero reposa bajo esas moles que han ido creciendo a través de los siglos y cambian de color para alertar del peligro.

      -En este momento, ¿de qué color está la piedra? -Pregunta uno de los adolescentes, con tono algo temeroso.

     Y al decir esto bajan dos esferas luminosas y los transportan hacia las rocas mencionadas, mientras se escucha todavía la voz del agua diciendo: -lo extraño de eso es que cada vez que los humanos empiezan a apartarse del camino y muestran síntomas de querer desarrollar su inclinación destructiva, el color de las piedras cambia, eso nos permite saber qué caminos estamos tomando, es como un termómetro para medir las desviaciones humanas.

     En unos segundos sobrevuelan y quedan quietos sobre los picos rocosos de color amarillo, el agua les había dicho que era el color del equilibrio. Sus ojos observan con atención, hay como una aureola caliente alrededor de la cima puntiaguda de la roca. Sienten un peso en el corazón y la respiración se vuelve agitada, sus ojos ensayan penetrar la coraza de cemento para adivinar la expresión de la crueldad humana que encierran esas piedras, duras como el entendimiento y el corazón de las antiguas generaciones de su especie, que antaño poblaron y destruyeron el planeta.   

     Ictasí y Sariam vuelven en esas suaves naves circulares y sienten iluminarse su pecho. Al llegar donde su madre se abrazan y la escuchan en silencio.

      -Nos ha tocado aprender esa lección desde la infancia para conocernos mejor; el ser humano tiene una capacidad ilimitada para el amor pero también lo tiene para desarrollar la codicia y llegado el momento es el animal más cruel de la fauna terrestre.

      -¿Todos tenemos el monstruo adentro entonces? -Interroga uno de los niños.     

     El otro lee su pensamiento y se ríe. -Averígualo.

     Al dia siguiente van al bosque y encuentran en la explanada junto al riachuelo, una manada de leones que junto a sus crías toman sol y levantan la cabeza al verlos acercarse. – Buenos días maestro-, le dicen al león de la gran melena, el más viejo del grupo.

-Venimos por la lección que había quedado pendiente el otro día.  -Se recostaron a su lado y posaron la cabeza sobre su amplio pecho, el león los lamió tiernamente y acomodó nuevamente su gran cabeza sobre la yerba. 

 -Nuestro mundo, como ya lo saben, se ha dividido en diez grandes áreas, -dice el león dando un gran bostezo- en cada una de ellas las poblaciones nómadas transitan en determinados territorios; trabajan y cultivan el suelo durante un período de tres años, al cabo de los cuales lo dejan descansar una temporada similar o más, si es necesario, antes de que otros lo ocupen. Después salen a un área diferente para realizar el trabajo de siembra y cosecha y para vivir en ese territorio durante otros tres años siempre moviéndose y parando en las estaciones de paso. Como ustedes saben, no existe la propiedad privada ni el desarrollo de las ciudades como se había conocido en los siglos anteriores. Las pocas ruinas que existen de las antiguas ciudades desde la gran hecatombe se han reducido a museos y son el testimonio de los grandes errores de la civilización pasada.

     Los niños se quedan dormidos escuchando la voz profunda del león y sueñan…

     Estamos en el año 3557-, la humanidad ha comprendido que el mundo circula en el universo y sabe que la única forma de supervivencia de la naturaleza es aquella donde el ser humano lleva una vida trashumante. Hace más de mil años que deambulamos por el mundo, hemos encontrado finalmente una manera de vivir que nos ha permitido ser felices. Todos los seres vivos somos dueños del planeta y los humanos tenemos por norma cuidar de la tierra y de todos sus habitantes, este sentimiento es inculcado desde la niñez, de padres a hijos, de adultos a menores; en la educación de las nuevas generaciones, en los grandes foros, en el trabajo práctico y comunitario que realizan las poblaciones nómadas a su paso, en los grandes recorridos por el mundo, en sus rituales periódicos, en las meditaciones silenciosas y en los mantras que las multitudes elevan hacia el cosmos desde los templos construidos sobre llanuras y montañas para rendir homenaje a la tierra, hacerlo extensivo al sol y al espíritu del universo......

 

     Anatolia piensa mientras trabaja levantando los residuos carbonizados del bosque, siente que representa por unos segundos a esa humanidad que había agonizado atormentada por sus batallas internas, materializadas después en la gran conflagración, cree ver en esos residuos lúgubres los rezagos funestos de acciones y reacciones generadas por una conciencia bloqueada y en franco deterioro, enfermedad que sus ascendientes no lograron ver a tiempo y que fue la causa de su destrucción. Por un instante un destello doloroso nubla su mente pero como si esa mirada fugaz hacia atrás le impulsara hacia el presente con más fuerza, se convence aún más de que la estabilidad de la vida debe apoyarse en ese concepto de lo transitorio, la conciencia del no apego a un pedazo de tierra o a un bien particular salvo los elementos de uso personal o familiar como la casa rodante impulsada por energía solar, que en casos de emergencia servía también para auxiliar a los otros. Lo demás es patrimonio de todos para cuidarlo y respetarlo como un legado de la naturaleza.

   Anatolia abraza a Yúrac. Entre los arbustos del bosque incendiado se desnudan y permanecen muy juntos, el uno dentro del otro, inmóviles y concentrados en el punto de los sexos hasta la llegada del clímax,  una comunión entre ellos y con la tierra sobre la cual están acostados bajo el cielo azul intenso.

    -Hemos aprendido a amar la vida errante, -dice Yurac, abriendo los brazos sobre el tierno pasto que empieza a renacer, no podríamos concebir ahora el arraigo a un lugar, necesitamos cambiar de paisaje constantemente y no sentimos nostalgia por los sitios que dejamos, ésta es la libertad que soñaron nuestros antepasados durante siglos, y es la  forma real de supervivencia. Anatolia lo mira sonriente y se acuesta a su lado, miran el atardecer y una esfera luminosa pasa y a manera de saludo intensifica su luz al cruzar lentamente el cielo.

     -Ha llegado el momento -dice Yúrac a sus compañeros del Consejo local-, no sólo los jóvenes sino muchos adultos se resisten a comprender y aceptar esa amenaza pendiente. Habrá que plantear nuevamente, como cada año en el gran foro universal que se realiza en los templos cerca de las rocas, hasta lograr, algún día, encontrar la respuesta y descubrir una fórmula que permita deshacerse del recuerdo terrible y de la amenaza de un futuro despertar del monstruo.  Debemos además, terminar el trabajo junto con los jóvenes en la reforestación del parque devastado por el incendio.

    -Hemos comunicado a los niños y jóvenes sobre lo que fue el pasado de nuestros pueblo  -dijo Anatolia a su turno-, y sobre el siniestro monumento construido hace mil años para sepultar bajo toneladas de cemento, la basura radiactiva que quedó de la gran hecatombe de principios del milenio 2000. Sabemos que en ella desaparecieron tres cuartas partes de la humanidad, y también de ese siglo de vida subterránea en el que la adaptación fue penosa para poder sobrevivir hasta que la naturaleza pusiera las cosas más o menos en orden. También quiero hablarles sobre la necesidad de llamar a una campaña a nivel de todas las confederaciones y del gobierno universal, para proponer un estudio serio a nivel mundial con el objeto de eliminar esas moles que han crecido con el paso del tiempo, debido a la cantidad de cemento que en cada época se derrama para cubrir la amenaza. Son ahora montañas tan grandes que se divisan desde el espacio y que en el presente no son sino cicatrices de indignidad para los seres humanos. Para los niños es una pesadilla que aparece muchas veces en sus sueños y los aterroriza. No sólo a los niños, ustedes saben, nadie escapa al influjo de ese estigma que todavía nos empeñamos en conservar.

     -El enorme problema es, -contesta el delegado- no saber qué mismo hay en su interior y qué proceso puede haber seguido internamente -añadió-, la inquietud que tiene usted ahora, la han tenido muchos y la tendrán otros siempre. La respuesta a esa interrogante y para que se cercioren de esa realidad y la miren de frente, la tienen ustedes a pocos kilómetros de aquí, sobre todo si quieren la excursión a la ciudad.  A diez kilómetros de las ruinas se levanta una de las rocas, creo que ahora es el momento de salir de la incertidumbre; quienes estén dispuestos, vayan y mírenla. Como es costumbre, la ceremonia de cada semestre se realiza en la llanura que está a un costado y en el templo, pueden proponer la discusión a la delegada de turno para comunicar al Consejo Universal.

     Anatolia y Yúrac preparan su excursión con los jóvenes y guías, integrarán una caravana de diez casas rodantes que llegará, pasando por los escombros prehistóricos, hasta la gran piedra. Allí realizarán la entrevista con el conductor del área y podrán examinar la roca directamente.

     Llegado el día, Anatolia va con el grupo de jóvenes y padres encomendados para ir a las ruinas.  El vehículo sigue la columna de casas rodantes sobre el camino de pedregullo que se abre interminable por la llanura soleada, es un viaje largo que tomará una semana. A la sombra de los árboles o a un costado del camino, a mediodía y en la noche hacen campamento para comer y socializar con los demás integrantes de la caravana, algunos músicos dejan oir sus instrumentos y Yúrac mira la casa rodante de Anatolia esperando verla salir para reunirse con él.

     Una mañana el corazón de Anatolia se oprime a la vista de las gigantescas ruinas del pedazo de ciudad, son columnas negruscas que levantan sus siluetas oscuras y sombrías contra el cielo despejado. Al entrar en ese silencio lúgubre, la voz del guía principal se deja escuchar por el altavoz: -ustedes pueden ver los restos de construcciones de gran altura y lo que queda de las avenidas asfaltadas. De la gran ciudad prácticamente desintegrada, deshecha bajo el fuego radiactivo de las gigantescas bombas usadas en la guerra final, sólo quedan esas columnas fatídicas y el calor insoportable debido a que el aire casi no puede correr ni entrar por los costados. Es mejor salir de aquí, no hace falta recorrer más, ustedes pueden ver desde este punto alto, todo el kilómetro cuadrado de ruinas que conserva el museo. Salgamos al camino para llegar hasta la gran roca. El templo se encuentra a veinte kilómetros de aquí y las ceremonias en la explanada se realizan una vez cada seis meses, de modo que vamos a llegar justo para asistir al ritual.

 

     La montaña de cemento se eleva a un lado del camino entre las ruinas y el templo, tiene unos tres mil metros de altura por cinco kilómetros de diámetro, la forma cónica de las montañas se debe al cemento que había sido vertido desde el aire incontables veces desde hace cientos de años y en varios períodos posteriores durante ceremonias que antiguamente se habían celebrado en el viejo templo. El color amarillo, ligeramente tendiendo al naranja, emana el mismo calor asfixiante que sintieron en la ciudad en ruinas, la vista de esa mole impresionante, camino al templo, causa un sentimiento de temor y temblor en los observadores; al pasar junto a ella muchos cierran los ojos y murmuran frases llenas de piedad por el antiguo terror que debieron sentir las colectividades suicidas que antaño habitaron el planeta

     Diez kilómetros más allá se levanta el templo, una construcción muy grande de estilo gótico, hecha en piedra y con arcos que dan forma a la cubierta cuyos ventanales dejan pasar la luz de los vitrales donde predominan los matices suaves. Una brisa leve recorre su interior y la música, imperceptible casi, nace desde lo alto, otorgando a la concurrencia un estado de tranquilidad interior que permite la meditación y la comunicación espiritual de quienes se congregan. La conductora del área dirige el ceremonial de meditación y después de mantener una reunión con los otros coordinadores y representantes que vienen a participar del Consejo donde se exponen y discuten los problemas, contesta y habla extensamente sobre los temas de mayor preocupación y trata de dar una respuesta a las grandes interrogantes.

     -Nadie se ha atrevido ni creo que se atreva en el presente ni en el futuro- exclama la conductora del Consejo-, a romper esa coraza que puede desatar no sabemos qué terrible catástrofe y pueda liberar todo aquel infierno que se vivió hace más de mil años, u otro peor. De modo que nosotros podemos hacer llegar su preocupación al Consejo Universal pero estoy segura que ellos no querrán saber nada sobre encontrar la forma de desaparecerla. No por el momento, las celebraciones y rituales que se realizan cada seis meses, las peregrinaciones y discusiones durante el año en el área de la gran piedra, logran de hecho que la presión interna ceda, ustedes saben que quienes han sobrevolado por la noche sobre la atmósfera de la tierra, luego de las reuniones del Consejo y de las ceremonias de meditación colectiva, nos confirman que esa tonalidad rojiza de la piedra que a veces se intensifica, vuelve a su color amarillo que es el normal y aleja cualquier peligro. Es necesario que se mantenga este símbolo amenazante hasta encontrar una solución verdadera, es un monumento a la desmemoria de los seres humanos, somos una especie depredadora que difícilmente aprende de las experiencias anteriores, a menos que haya algo como nuestra temida roca que esté perpetuamente instalada en el presente, recordándonoslo...

 

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   Cuento publicado en el libro El aldabón del sueño, Yvonne Zúñiga, Ed. Eskeletra 2005, y en  Los seres invisibles, Yvonne Zúñiga, Edit. Casa de la Cultura Benjamín Carrión, 2016.