Después
del terremoto en las dos provincias de la Costa ecuatoriana, con muchas víctimas y
viviendas destruidas, vendrá la etapa de reconstrucción.
Más
allá del dolor por las pérdidas humanas éste se acentúa por las consecuencias
de la catástrofe y surgen de inmediato los padecimientos vitales que sufren los
sobrevivientes de Manabí y Esmeraldas, en especial, por la falta de agua, de comida y de ayuda
médica para los heridos, calamidades que poco a poco son aliviadas, sobre todo, por la
dinámica solidaria de los pueblos y ciudades vecinas y aun distantes del epicentro
del sismo.
La
siguiente etapa comprende la reconstrucción de las ciudades, y con ésta el
análisis de la fragilidad de las edificaciones con la modalidad del bloque de
cemento y varillas de hierro que colapsaron al momento del sismo. Al ver las montañas de escombros de cemento y
hierros retorcidos, nos hacemos muchas preguntas que con seguridad tienen
coherencia para un razonamiento libre de intereses monetarios, y hasta para
aquellos que tienen intereses monetarios, sobre la posibilidad de crear nuevas
empresas de construcción amigables con el ambiente y el negocio turístico, si
lo ven de ese modo.
Es el
momento de buscar la forma de edificar las casas con nuevos materiales propios
del lugar: el bambú o la caña guadúa, el bagazo de caña para fabricar techos,
las hojas de palma, y hasta el mismo barro. Los expertos en construcciones de
ese tipo con dichos materiales me darán
la razón, aunque no sea experta en construcciones, algo he leído sobre el tema.
Las
universidades y la inventiva de los estudiantes de arquitectura e ingeniería,
podrían colaborar en estas nuevas concepciones de la vivienda, en una minga (trabajo colectivo) con
los pobladores del lugar.
Muchas
veces, la mentalidad burocrática de los gobiernos de turno más los afanes
políticos, entorpecen las iniciativas que podrían ser de una inmensa ayuda en
estos casos.