El caos
de nuestra civilización nos moviliza necesariamente a cuestionar sobre el estado actual de instituciones
y gobiernos que nos rigen y que son constantemente los instrumentos para
mantener situaciones de gran inestabilidad global. Puede, desde cierto prisma,
ser visto como un peldaño que nos encamina hacia un nivel de evolución, pero
por como se suceden los acontecimientos parece darse lo contrario, es decir que
se vuelve en contra de la vida misma y
hasta podría llevarnos a la autodestrucción
y desaparición de esta civilización como ocurrió con otras en el pasado
de la Tierra.
Quisiéramos
creer que vamos hacia arriba en un rumbo evolutivo si la realidad no nos dijera
lo contrario. Son evidentes los temores,
pues las condiciones del sistema de vida en el cual existimos
representan una amenaza para la supervivencia humana, me refiero a escenarios
absurdos como el armamentismo ciego que busca el enfrentamiento y no la
hermandad entre pueblos, la inequidad
social que divide a las sociedades en pobres y ricos en privilegiados y
miserables, a la contaminación y depredación de nuestro ambiente natural base primordial
para la vida. Estos extremos definitivamente rompen el equilibrio de toda
convivencia sana, pues para mantener esta condición injusta se recurre a la
violencia y a la dominación, al engaño y a la manipulación, que no puede de
ninguna manera desembocar en progreso, por esa ley natural de causa y efecto, de acción y reacción.
Si el materialismo grosero que mueve los
mecanismos vigentes del sistema económico global desapareciera, descubriríamos que hay
un aspecto humano poderoso que lograría soluciones verdaderas para salir del
atolladero en que estamos metidos. El valor que damos al dinero alimenta la
codicia, la ambición desmesurada y la ceguera profunda, causante de tantos crímenes
y de las mayores crueldades e injusticias
en este mundo.
Si en
lugar de un desarrollo vertical basado en el dinero y como consecuencia la
dominación del otro y de los otros, se buscase el bien de todos con la
participación de todos en una práctica de verdadera democracia, los pueblos contaminados también por el dinero, darían
un sentido superior a su angustiada y subestimada vida. El regresar a ver a la naturaleza del entorno
como parte de sí mismo, más allá del cemento y de la carrera cotidiana hacia
ninguna parte, el ser humano podría sorprenderse y comenzar a realizar un nuevo
aprendizaje y verse reflejado en la naturaleza como en un espejo, y comprender la interrelación profunda con
ella, tanto física como mental y espiritual.
Las
catástrofes naturales que observamos ahora son el reflejo de nuestro caos. Lejos
de las religiones que limitan nuestro espacio mental antiguamente libre para
comunicarse con el cosmos y para entender mejor las leyes de la naturaleza, en la
civilización del presente se ha pervertido esa relación, se la ha desviado
hasta reducirnos a una suerte de cárcel en la que se vive tratando de crecer
humillando y destruyendo al otro.
La vida
comunitaria desde los pequeños espacios geográficos podría transformarse y
revitalizarse con la participación de sus
integrantes en la búsqueda de acciones que aseguren la alimentación, la salud y
el desarrollo intelectual de todos, protegiendo a los niños y dando el valor esencial
a la solidaridad y a la afectividad en
el avance de la evolución social.
Estamos
seguros de que cada individuo guarda un tesoro de sabiduría en sus genes, y que
al descubrirlo y reconocerlo conscientemente logrará soluciones constructivas
en cada conflicto que surja inevitablemente en el transcurso de su vida.