jueves, 20 de septiembre de 2018

OTRO CUENTO


El texto que a continuación publico me permite salir un poco de la reflexión acerca de los conflictos que acontecen en la sociedad donde vivo y en el mundo, para liberar un poco la mente y sobrevolar  otros ámbitos imaginarios que producen sensaciones más felices.




DESCIFRANDO A TERENCE
                     
                                                                                               Yvonne Zúñiga

A propósito del cine y navegando a toda vela en Internet  recuperé la magia de recrear personajes,  quizás como en los tiempos de Melville, aunque en su caso y en dicha época la mente volaba más allá de los mares del globo terráqueo. En el presente ambiguo, navegar por Internet  para los fanáticos de cantantes, futbolistas, actores, políticos farsantes, implica perseguir a los personajes con la ayuda de reportajes visuales, entrevistas, chismes en las redes sociales, y de esta manera, convertirlos en un fenómeno casi etéreo,  rendirles homenajes y hasta organizarse en sectas de adoradores.

En lo que me atañe, tenía latente en mi memoria a un actor cuyas películas destacaron en la década del sesenta. Estas obras excepcionales del cine, tuvieron como protagonista a un joven actor inglés, cuyos datos biográficos están como vedados en las páginas de wikipedia. Desde mi entusiasmo, considero imperdonable que apenas se nombre a su madre y se diga que tuvo un hermano, y nada más. El interés por el actor resucitó de improviso al volver a admirar, después de tanto tiempo, una de sus películas: las escenas pastoriles, la fotografía y cámaras, las actuaciones formidables de actores legendarios que tenían esa capacidad de trasmitir sutilmente emociones intensas. Entre  las escenas que surgían de la pantalla en esta obra, destacaba la figura de un soldado moreno de vistoso  uniforme rojo que me hacía recordar al soldadito de plomo del cuento.

Recuperar al personaje me indujo a perseguir al actor que he fusionado con los roles por él interpretados. Quería conocer a fondo al protagonista de esta ficción que intento elaborar mediante la búsqueda de entrevistas, reportajes, y las imágenes de Terence sesentón caminando por un mercado londinense. Esta tarea emprendida me obligó a unir el rompe cabezas para construir al personaje ficticio y que posiblemente haría sonreír al original, con ese enigmático gesto que lo hizo famoso durante los años sesentas.

Después de esa época, Terence se borró o lo borraron, ese espacio sólo quedó para lo inexplicable, incoherente para los interpelantes y para él mismo en su solitaria reflexión, no importa lo que diga en las entrevistas posteriores, o en la charla que él dio en una biblioteca al presentar su libro de memorias que quizás nunca llegue a mis manos.

Pero ahí no termina el asunto, el enigma de este hombre comienza a mostrar signos legibles cuando en las entrevistas intenta explicar su admiración por Krishna Murti  y sobre su viaje indeterminado a la India, la negativa a formar una familia, su defensa de la conciencia individual y la relación de ésta con el mundo. Un  hombre complejo o un ser a la deriva tratando de sobrevivir  en imágenes para escapar del olvido.

Debió haber nacido en alguna pequeña ciudad no lejos de Londres, donde la gente también  aspiraba a vivir de su trabajo como en cualquier otro país del mundo. Su rostro único como las huellas digitales, debió atraer a los buscadores de talentos para el cine y al fin lo hallaron en algún lugar. Como ciudadano sin recursos no alcanzó a ingresar al alma mater de las universidades, ni tampoco le interesaba. Y posiblemente entró en alguna escuela actoral  para alcanzar su sueño. Qué hizo antes de incursionar en su primera película; fue quizás un golfín que deambulaba por las calles, un rebelde sin causa herido por ofensas humanas en su niñez, o un adolescente introvertido que se escapaba de la escuela para meterse en la oscuridad de un cine y reinventarse en la pantalla como protagonista de tantas historias que lo distanciaban de la realidad.

No sólo era hermoso físicamente, había un  talento especial en la naturaleza de Terence que él mismo desconocía, pero descubierto por los productores vieron en él al muchacho inocente que interpretaría a Billy Bud en aquel film.  Terence prestó su cuerpo y su espíritu al personaje inolvidable del relato de Melville y lo hizo con virtuosismo. Nada es casual en esta vida, pensaría Terence al leer el guión; el personaje calaba hondo en su mente: el marinero bonito que buscó su libertad y creía en la alegría del mundo, escalaba el mástil diariamente para estar más cerca del cielo desde su puesto de vigía, sus ojos reflejaban el océano infinito con diafanidad infantil, despertando los celos de algún mortal de los círculos inferiores que había hecho pactos con el maligno.

La lucha eterna entre el bien y el mal, presente en las historias de Melville, debió abrir una interrogante en el actor que personificaba a Billy Bud en esta cinta. Llegado el momento culminante de la narración en la que se  pone al descubierto la intriga y conspiración que se había mantenido solapada, el artista refleja en forma dramática el rictus de sufrimiento y la incredulidad ante el mal encarnado por el otro protagonista, y el estallido de la crisis que conducirá al angélico personaje a su muerte en el patíbulo. Terence debió sentirse transportado al instante límite del relato que enfrenta a estos dos polos del misterio humano.  

Al cerrar el círculo de estas elucubraciones que pueden tener algún viso de verdad, nos consolamos con observar la doble vida de nuestros personajes desde la penumbra de un cine o desde las páginas de un viejo libro.