lunes, 15 de enero de 2024

EL GERMEN DE LA VIOLENCIA

EL GERMEN DE LA VIOLENCIA 

 

Vivimos en un mundo en perenne conflicto, donde la justicia es vista desde lejos, solo para ser mencionada en circunstancias críticas, o cuando al poder y gobierno en ejercicio de cualquier país, le conviene manejar a su antojo las instituciones judiciales que generalmente dependen de éste, por no ser la Ética y la Felicidad, el centro, principio y fin de la organización colectiva. 

La destrucción y el crimen fruto de la demencia de los individuos, arroja a la humanidad al abismo de guerras y masacres. La violencia y el miedo es el signo letal de nuestro tiempo, que si lo contamos desde la memoria histórica, siempre ha significado un retorno a la miseria, a la pobreza a la locura de las sociedades que después del exterminio que significan las guerras, pretenden reconstruirse o son rehechas de un modo semejante a las anteriores etapas, asentándolas sobre las mismas características nefastas, porque los gérmenes de la agresión: codicia, alienación, fanatismo, jerarquías ciegas, injusticia, sumisión y obsecuencia, no han desaparecido. 

La Democracia es un concepto interesante al interpretarlo como “el poder del pueblo”, cuestión que no ha llegado a concretarse realmente en ningún país, si observamos el panorama global; no obstante, siempre con la esperanza de que en algún punto luminoso de este planeta en penumbra pueda existir una pequeña localidad, una minúscula sociedad donde se practique la Ética y la Democracia. Por lo general, el mundo está gobernado por líderes autoritarios que se sienten imprescindibles y a raja tabla quieren construir sociedades copia de las otras que crecen en el cemento, y estos jerarcas hacen lo imposible por imponer desde su “alta investidura” proyectos autocráticos sin consultar a los demás, a quienes ellos consideran el rebaño necesario dispuesto a seguirlos hasta las últimas consecuencias. Son jerarquías que viven en negación, bloqueadas por sus creencias y a la sombra de unas cuantas opiniones enajenadas que alimentan sus egos. 

Incapaces de mirar el espíritu de las sociedades humanas que nada tiene que ver con las religiones, es decir, aquella necesidad de enriquecer el mundo interior que va más allá del cemento, la comida y el entretenimiento. Vacío que no puede ser llenado por el consumismo y la materialidad grosera, porque buceando en el alma humana adormilada del presente, existe la necesidad de una búsqueda interior en cada individuo, para conocerse a si mismo y relacionarse conscientemente con su entorno natural y social. 

Al encontrar su camino, el ser humano tendrá la suficiente capacidad para dar sentido a su vida en una actividad coherente y con la cual pueda identificarse, para que el trabajo no signifique sufrimiento y pueda dar cabida a formas de expresión que permitan exteriorizar esa vida interior. Cuando el ser humanos no ha encontrado las vías de comunicación y de realización espiritual en su contacto con el mundo exterior, toma el camino del resentimiento y de la agresión, cuestiones que se proyectan en la violencia, llámese, social, política, delincuencial. Todas aquellas expresiones de ira explotan y surgen de un estado anómalo de los seres humanos frustrados, asfixiados por la marginalidad no solo física sino emocional e intelectual, y con el crecimiento de las ciudades y el desarrollo de la tecnología, tienden a agudizarse en poblaciones urbanas y rurales, y buscan liberar esa condición en forma vengativa por los caminos de la muerte y por la eliminación de los otros y de sí mismos. 

 Si volvemos a la primera infancia del ser humano donde se origina este mal, encontraremos su raíz en la educación autoritaria, en las formas punitivas que ejercen sobre el individuo las instituciones, para asfixiar la curiosidad, el juego, los primeros indicios de exploración hacia el conocimiento del entorno y de sí mismo, que el niño en esa primera etapa de vida mira con felicidad, ignorando que la familia, las religiones y demás instituciones, le exigirán pagar su cuota de sufrimiento y le demostrarán que la felicidad en la vida no es gratuita y que con mucho esfuerzo y sacrificio, dejando en el camino jirones de humanidad, podrá alcanzarla en lo material por lo menos, o lo más probable en el más allá según las religiones, en este caso, si cumple con las leyes divinas  involucradas con las imposiciones del poder para mantener la sumisión y la carencia de libertad, junto a los ámbitos civiles y militares que gobernarán arbitrariamente su corto o largo camino por este mundo. 

El signo de las sociedades futuras tendrá que ser: el encuentro con la felicidad humana a partir de una educación coherente que motive a la niñez con actividades que lo conduzcan a sentir la necesidad de conocer el mundo natural de las plantas y de los animales en huertos y granjas para acercarse e identificarse con la vida de la naturaleza, el juego, condición natural y fundamental en la infancia, el ejercicio de las manualidades y de la creatividad en el Arte y las artesanías, la necesidad de expresarse a través de la escritura, la práctica de la lectura y los inicios en las matemáticas; un aprendizaje dinámico en lugar de tratar de introducir en su cabeza aprendizajes teóricos que nada tienen que ver con su realidad presente ni con la edad de niños y adolescentes, porque en esta etapa es necesario sembrar la semilla del conocimiento a través de la natural curiosidad que poseen y que continuarán desarrollando en el curso de su vida al optar después por la profundización en las ciencias, lo cual les permitirá elegir su propio camino en ese sentido. Hacia ese horizonte deben orientarse las nuevas sociedades, suprimiendo los obstáculos que signifiquen sufrimiento y violencia física o mental, la única vía en la sanación de esa enfermedad que nos aqueja a las sociedades del presente.