LA LEYENDA DE JUAN RULFO
Por
Yvonne Zúñiga
Juan Rulfo.
Nació en Sayula, (estado de Jalisco), el 16
de mayo de 1917
Murió en Ciudad de México el 7 de enero de 1986
Premio Nacional de Letras (1970)
Premio Príncipe de Asturias (1983)
Obras: Pedro Páramo, (novela). El llano en
llamas, (cuentos).
Guiones para películas.
Obra fotográfica
Investigaciones antropológicas.
Juan Nepomuceno Rulfo, nombre del afamado
escritor mexicano que en este año cumpliría un siglo y cuyo laconismo es proverbial,
comparable al del otro Juan, me refiero al narrador uruguayo Juan Carlos
Onetti. Ambos escritores, cuenta la
leyenda, se encontraron una vez por alguna razón literaria: uno de ellos saludó
al otro, hola Juan y el segundo
contestó con la misma frase corta y seca, luego permanecieron largo tiempo sin
hablar.
La parquedad de Rulfo es un distintivo, no
solo de su estilo literario sino de su
comunicación oral a través de conferencias y entrevistas, contrario a
sus colegas contemporáneos que podían dar largas y sesudas charlas, verdaderas
cátedras literarias que sus lectores y seguidores escuchaban con unción.
Yo no creo como dicen que dijo Rulfo, que el
escritor es un mentiroso. Estoy en desacuerdo. Definitivamente no lo creo, más bien pienso que el único momento verdadero
de un escritor es cuando escribe, hablo en este caso de Rulfo. De lo contrario
si mintiera, el lector lo percibiría, el
lector avezado, el buen lector se daría cuenta.
Rulfo no mentía cuando escribió sus
narraciones. Él sabía desde lo profundo de su universo literario, que no tenía
que ver con la mentira sino con enigmas y sortilegios, que estaba revelando
secretos, nada menos que el secreto de sus antepasados, de sus muertos, de las
piedras que cobijan la vida de los seres del pasado, de las voces que parecen
diluirse y que vuelven con el viento, con el sonido del agua, con la lluvia, en
la salida del sol y en la llegada de la noche. Alguien que escribe para dejar
hablar a los que fueron y a los que vendrán no puede mentir.
El tono de la construcción verbal en la obra
de Juan Rulfo es singular y refleja un
escenario desolador y yermo en su novela y cuentos: Pedro Páramo y El llano en
llamas, los dos únicos libros que bastaron para engrandecer al escritor y
ganarse la admiración del mundo de las
letras.
Muchos escritores tomaron como base de sus
obras narrativas el habla de sus
pueblos, así como las leyendas o narraciones de las gentes con quienes tuvieron
contacto y les sirvió de inspiración para su escritura. Pocos lograron con ello
una obra maestra literaria, tal es el caso de Gabriel García Márquez con Cien
años de soledad, o Vargas Llosa en
Conversación en la catedral y hasta me atrevería a decir algo semejante en El
Quijote de Cervantes y en el Ulises de Joyce.
Pero no todos quienes lo intentaron lograron o pudieron llegar a
comunicar lo esencial del plano literario en el que sus obras fueron
construidas. Esa capacidad, ese oído mágico que escucha voces subterráneas,
está en la narración de Rulfo. Al preguntarle sobre la brevedad de su obra y de
su silencio literario, lo explicaba simplemente, diciendo que había dejado de
escribir cuando murió un tío que le contaba esas historias, pero Juan Rulfo
sabía que ningún otro libro que escribiese después, podría superar a sus dos
obras maestras, por esa razón quizás había destruido otras novelas antes de
darlas a conocer. El trabajo de Rulfo
con el lenguaje es excepcional, el lector siente que los diálogos le llegan
como un murmullo de voces. Según Juan Villoro los espacios que el escritor
deja en blanco, son espacios activos de silencio que permiten
la intervención del lector para entender el mundo fantasmal en el que se desarrollan
su novela y varios de sus cuentos.
Introvertido y de pocas palabras al hablar en
las entrevistas, se percibía un dejo tristón en su voz. Cabe imaginarse al
pequeño Rulfo en su infancia. Creció en medio de la violencia poco después de haber concluido la revolución
mexicana y durante la rebelión cristera que asoló la zona rural donde nació,
una guerra civil alentada por el clero católico y que provocó una verdadera
masacre. Quedó huérfano a los seis años
de edad, seguidamente pasó a vivir con su abuela hasta los diez, y luego fue recluido
en una correccional por no haber hogares para huérfanos en las pequeñas
ciudades y pueblos del entorno. Ese tiempo fue el más duro en la vida del
escritor porque pudo experimentar el maltrato y la violencia propia de ese tipo
de instituciones.
El autor de El llano en llamas y Pedro Páramo decía, recordando su niñez, que
las experiencias vividas fueron dolorosas y dejaron marcas indelebles en su
espíritu. Tenía una idea fatalista sobre los seres humanos, y de ello no se
salvaban los niños, en quienes había descubierto la semilla de la crueldad.
Lo que no aprendió en la escuela lo hizo como
un apasionado lector en la época de su vida en casa de la abuela, a quien el
párroco había confiado los libros de la biblioteca. Como en el caso de otros
escritores, su refugio fue la lectura. En Guadalajara intentó estudiar Derecho en la universidad pero no pudo
hacerlo porque ésta fue cerrada a causa de una huelga. En esta misma ciudad publicó sus primeros
textos que aparecieron en la revista Pan dirigida por el escritor Juan José
Arreola. Trabajó posteriormente en Tampico y en México en instituciones del Estado, actividades que le permitieron recorrer el
país, entrar en contacto con el habla popular y
con las costumbres y características de la población de distintas regiones
de México.
El arte literario de Rulfo ha construido un
mundo imaginario que no es sino un reflejo del mundo circundante, el lector
siente que hay una comunión con el autor, una complicidad con aquel personaje
de dos cabezas que constituye el alma del libro y que la lectura lo convierte
en un ser vivo, a pesar de tratarse de personajes difuntos que continúan
viviendo en el más allá.
”Vine a Comala porque me dijeron que acá
vivía mi padre, un tal Pedro Páramo” Así empieza la gran novela de Juan Rulfo, novela
de una poética conmovedora. Es la invención de una ciudad llamada Comala donde
Pedro Páramo es el caudillo, el gran patriarca de un lugar estéril lleno de
fantasmas.