ENTRE
VIRUS Y BACTERIAS
Unos
cuantos países se preparan para nuevas elecciones de gobernantes, la misma
historia de siempre, la misma feria eleccionaria.
A
leguas se nota que los gobiernos unipersonales ya no tienen cabida, la gente
está harta, y en otros casos ya no les importa quien venga, les da lo mismo
cualquiera. Ojalá tuviéramos la posibilidad de que una mayoría decidiera sobre la necesidad de
gobiernos comunitarios con equipos de coordinadores pensantes y honrados; sería
una nueva y real alternativa de gobierno porque éste sentiría en carne propia las necesidades de la gente con carencias
no solo materiales sino espirituales, hambrientas no solo de comida para la nutrición sino de conocimientos, tan necesarios como lo
anterior para el desarrollo normal de los individuos y de las sociedades.
Las leyes
vigentes y la forma cómo se las rige, ocultan en esos enredijos absurdos las trampas de un sistema inoperante e injusto
desde muchos puntos de vista. En estos
presidencialismos unipersonales, los elegidos, una vez en el poder, se sienten
monarcas de un reino a su servicio cuando no al servicio de otros poderes que
los manejan como marionetas, y cuando surge el descontento de la gente que se siente traicionada, imponen sus mandatos,
reprimiendo con la fuerza militar que los protege.
Estos
gobiernos que se dicen soberanos y democráticos se entregan indignamente a
potencias cuyo historial de guerras y masacres dentro y fuera de sus países es
demasiado conocido y temido, gobiernos que deberíamos mantenerlos lejos por su
voracidad armamentista y por sus permanentes guerras en todos los continentes. Pero vemos que gobiernos obsecuentes de
pequeños países, les abren las puertas y les dan vía libre para que contaminen
sus territorios y se sirvan de ellos como bases para sus futuras guerras y para
la explotación de sus recursos, su
contacto es nocivo para la convivencia pacífica y el auténtico desarrollo
cultural de sociedades como la nuestra, que por lo visto, no han conseguido
todavía su independencia y necesitan afirmarse, definir con lucidez su verdadera
personalidad cultural.