sábado, 21 de mayo de 2022

BICENTENARIO DE LA BATALLA DEL PICHINCHA

BICENTENARIO DE LA BATALLA DEL PICHINCHA

 

El 24 de mayo de 1822 El Ecuador, que en ese tiempo se lo llamaba Real Audiencia de Quito y más tarde Departamento del Sur de la Gran Colombia, obtuvo su independencia y pasó de colonia sometida a la corona española, a constituirse posteriormente como país libre con sus propias leyes e instituciones.  En qué medida se ha cumplido, dos siglos después, con esos sueños de libertad y desarrollo de los pueblos no sólo del Ecuador sino de toda América, está siempre presente la  idea de frustración, tomando en cuenta la naturaleza y origen de estos pueblos, pues reaparece en todos ellos continuamente el conflicto social y la necesidad del reencuentro con su verdadera identidad. Luego de sacudirse del colonialismo español surgieron otros colonialismos en diferentes ámbitos, que no han permitido  una auténtica evolución y reconocimiento a los valores esenciales de las culturas del Norte Centro y Sur del continente americano.

 

A continuación publico en este blog, el capítulo 9 de mi libro: Sucre: el caballero de los pies gastados, que está basado en informes de guerra del propio general Sucre y de historiadores cercanos a estos acontecimientos, especialmente en los capítulos que describen las batallas por la independencia de Colombia, Ecuador, Perú y Bolivia, en las que participó Antonio José de Sucre. Como decía cuando me refería a la novela histórica, hay situaciones humanas de los personajes que el autor añade como un aporte creativo, tomando en cuenta el momento y las emociones que pudieron haber sentido los personajes en sus momentos dramáticos.  

 

 

Bolívar y Sucre incomunicados. Batalla de Pichincha.

 

El 19 de abril Sucre llegó a Riobamba pensando celebrar allí el aniversario de la batalla de Carabobo, pero el enemigo le salió al encuentro en las colinas cercanas a la quebrada de San Luis. Sucre ordenó al ejército de Dragones que ocuparan las posiciones de Guarán, expulsando a los españoles de esas alturas. El día 20 hizo descansar a la gente para poder hacer frente al combate que se venía, mientras llegaba la artillería y entretenía a los españoles con un continuo tiroteo de los Dragones.

   Había a veces ciertas licencias que en los descansos los soldados se permitían, al tomar contacto social con el otro bando, situaciones incomprensibles que a veces se daban entre los oficiales y soldados de uno y otro ejército, al no existir un odio personal entre ellos.

   Los españoles habían invitado a ciertos oficiales del batallón Dragones a comer en la ciudad. Sucre permitió tal acercamiento aunque desconfiando siempre y tomando antes las debidas precauciones.Cuando se dio cuenta de la celada y vio que los realistas empezaban a rodear a los Dragones, Sucre reaccionó a tiempo y castigó la mala fe de los godos, abriendo fuego y poniéndoles contra el grueso de su ejército que esperaba en las afueras.

   Bolívar en Pasto y Sucre en el departamento del Sur, habían perdido finalmente la comunicación y tomaron cada cual por su lado la decisión y el reto de avanzar y romper la muralla española que les impedía llegar a Quito; por lo tanto, el acuerdo era encontrarse en dicho punto que significaba la liberación total del departamento del Sur. Bolívar se abrió paso hasta Cariacó donde le esperaban los realistas, en tanto que Sucre lanzaba sus cuatro escuadrones de granaderos al mando de Diego Ibarra y Juan Lavalle. El enemigo iba en retirada, desocupó la ciudad, hizo marchar adelante la infantería y la cubrió con la caballería. En las afueras de Riobamba, donde esperaban los republicanos, se les fueron encima con toda su capacidad ofensiva. La caballería española entonces dio el frente y se trabaron en una batalla a lanzazos al pie del Chimborazo. El choque había sido sangriento y allí quedaron más de cincuenta españoles muertos, armas y caballos en manos de los libertadores, quienes entraron en Riobamba el 22 de abril, vitoreados por el pueblo.

    Mientras tanto, Bolívar se preparaba para dar la gran batalla, conocida como la batalla de Bomboná y que dejara ochocientos muertos entre uno y otro bando sobre los flancos montañosos.

   En estos espantosos combates dados entre el Juanambú y el Guáytara, Bolívar perdió la mitad de su ejército contra los irreductibles pastusos, peleando a todas horas en una retirada de veinte días, abandonando sus hospitales y perdiendo a sus mejores hombres en el camino. Fue el trago más amargo sufrido por Bolívar; todo le fue adverso: el clima, las montañas, los obstáculos naturales, la saña y fortaleza de un enemigo fanatizado por la religión que iba de la mano con el espíritu de obediencia al rey, considerado por ellos una representación divina en la tierra. El Libertador propuso un armisticio sobre el campo de batalla: era parte de su plan para distraer al enemigo en ese punto; mientras tanto Sucre avanzaría desde el Sur. Era éste un acuerdo de antemano entre los dos generales, no obstante la imposibilidad que habían tenido para comunicarse en los dos últimos meses, mientras ocurría la matanza en el norte, Sucre obtenía victorias contundentes en Chimborazo, Cotopaxi y Pichincha, alcanzando con ellas la emancipación total del departamento del Sur. Bolívar intuía los triunfos de Sucre y de tal manera desarrolló sus planes, que había hecho embarcar ochocientos hombres comandados por Córdova desde Panamá y que llegaron para ayudar a Sucre, justo cuando se encontraba a las puertas de Quito.

   Los españoles se habían instalado en el pueblo de Machachi para obstruir los pasos de Jalupana y la Viudita. Sucre se fue por los flancos del Cotopaxi con caballería y parque, logrando trasladarlos al otro lado de la montaña por las nieves y quebradas profundas, donde algunos soldados se desbarrancaron. Después de pasar cuatro noches en el frío glacial de las faldas del Cotopaxi, llegaron al Valle de los Chillos por el camino de Limpiopungo. Los españoles, sorprendidos por tamaño esfuerzo trataron de adivinar la táctica de Sucre, quien intentaba tomarse su base de operaciones e interponerse entre ellos y la capital. Los ibéricos quisieron adelantárseles y regresaron a Quito la noche del 16 para defenderla.

   Pero en estas campañas había que poner habilidad y astucia. Nadie como Sucre para tender celadas y golpes tan certeros a los realistas, que casi siempre los ganaba por sorpresa, dejándolos indefensos y burlados. En este caso los españoles cerraron los pasos de las colinas de Puengasí, que separaba Quito del valle de los Chillos. Pensaban que los rebeldes se dirigían por esa vía, pero los colombianos bajaron la ciudad por Turubamba, donde presentaron batalla, pensaban que los españoles la aceptarían pues tenían el terreno a su favor; sin embargo, aquellos habían tomado posiciones impenetrables y después de alguna maniobra se situaron en el pueblo de Chillogallo.

 

   El 22 y 23 de mayo los independientes trataron nuevamente de provocarlos sin éxito; finalmente, decidieron marchar durante toda la noche y se colocaron en la parte norte de la ciudad que era mejor terreno, situándose entre Quito y Pasto para impedir la entrada de refuerzos que habían pedido los españoles a sus aliados en Pasto. Alineó Sucre a su gente en diferentes puntos a la entrada de la ciudad y durante tres días los hizo descansar, mientras los pobladores los alimentaban, a la vez que tomaban contacto con los aliados del centro de la ciudad para informarse sobre la cantidad de armas y hombres con los que contaba el ejército realista.

    Recuerda al joven oficial activo y voluntarioso que horas antes de la batalla se había acercado para prestarle servicios, y con sonrisa ingenua había pronosticado la victoria sobre los godos

    Yo sé que nos preparamos para el triunfo­, le había dicho el muchacho mientras ayudaba a empujar el cañón hacia las alturas en la nocturna víspera de la batalla esperada.

   En el sigilo de esos movimientos se escuchó el llanto de un niño en el bosque. El joven teniente Calderón le pidió permiso para averiguar de donde venía el llanto. Sucre lo miró con asombro, pero lo dejó ir con la recomendación de no alejarse, pues corría el riesgo de ser sorprendido por los godos. Al regresar le confesó que no había encontrado nada, era el crujir de una rama de árbol al rozar con otra por la fuerza del viento. Mientras se unía al grupo exclamó con voz algo melancólica: esto puede ser un presagio, si yo llego a morir mi general, por favor proteja a mi madre.

   Sucre decidió desplegar su estrategia envolvente y en la noche del 23, subió por quebradas y barrancos hasta las alturas que dominaban la ciudad. El coronel Córdoba iba adelante, guiando la mitad del batallón Magdalena. Por la derecha iban los peruanos con Santa Cruz a la cabeza; Mires, al mando del batallón Albión, cuidaba el parque, mientras Sucre por el centro envolvió el ala derecha delenemigo, maniobra que siempre será recordada como una estrategia brillante.

   Al despertar los ibéricos el 24 de mayo, se vieron atrapados en la red tendida por la maestría del general Sucre y desesperados se lanzaron al encuentro de los republicanos, queriendo defender la ciudad a cualquier precio.

  La población miraba desde sus casas la batalla que se desarrollaba sobre el escenario fragoso entre la fortaleza del Panecillo y las colinas del volcán Pichincha. Se dio el intercambio de disparos de artillería y después la lucha cuerpo a cuerpo, utilizando la bayoneta. El choque fue sangriento y feroz, los heridos de ambos bandos caían a los precipicios y morían estrellados contra las rocas. La batalla duraba ya dos horas: los españoles intentaron sorprenderlos por la retaguardia y treparon la pendiente al amparo de un bosque pero fueron descubiertos y abatidos por las bayonetas del batallón Paya que hizo perder la ventaja conseguida poco antes por el enemigo, habiendo sido reforzado más tarde por el batallón Magdalena, bajo el mando del coronel Córdova. Éste y tres batallones más persiguieron a los españoles hasta entrar a la capital.

   El general español  Aymerich,  veía el campo cubierto de cadáveres, de heridos y agonizantes; no estaba por ningún ladosu hijo, un oscuro dolor se le clavó en el corazón. Enceguecido por la llovizna y el sudor, corrió por el campo; buscaba entre los heridos, finalmente lo encontró entre los muertos con una profunda herida en el pecho. Se arrodilló a su lado, el humo de la pólvora brotaba del suelo y del cuerpo del joven soldado. “Todo está perdido”, exclamó en voz baja. Finalmente se declaró derrotado. Algunos de los realistas que estaban en la fortaleza del Panecillo, en lugar de entregarse huyeron tomando el camino a Pasto, perseguidos por el general Ibarra. Seiscientos muertos, entre realistas y republicanos quedaron en el campo de batalla y hubo mil seiscientos prisioneros españoles. A la tarde del veinticuatro, O'Leary fue enviado por Sucre para requerir a los vencidos y proponerles la capitulación y entrega de la ciudad y de la fortaleza del Panecillo con todos sus pertrechos y almacenes existentes. Se les permitió salir de la fortaleza con honores de guerra, entregaron armas, municiones y banderas. A los españoles se les daría pasaportes para regresar a su país. Los oficiales y tropas españolas prisioneros, hicieron finalmente, el juramento de no tomar nunca más las armas contra los estados independientes de Colombia.

 (tomado de la historia novelada: Sucre, el caballero de los pies gastados, 1era edición Editorial Norma, 2007, 2a ediciónEditorial Abril,La Habana 2012)

 

 

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