jueves, 8 de julio de 2010

EL CUENTO CORTO


El cuento corto es un género especialmente practicado por algunos cuentistas norteamericanos y también por escritores latinoamericanos.
Voy a poner en este blog, algunos cuentos cortos de diversos autores. Quiero incluir también autores ecuatorianos, para romper con esa costumbre mezquina y local de considerar malo todo lo que escriben nuestros coterráneos. Debe ser una de las razones por las cuales no se conoce fuera del Ecuador lo que se escribe actualmente en nuestro país. Salvo las generaciones del treinta y del cuarenta, de escritores ecuatorianos valiosos, gracias a esa labor generosa de Benjamín Carrión, que ayudó a difundir nuestra literatura y nuestra plástica por el continente. Simplemente en mi blog, publico lo que quiero. Por suerte tengo este único medio para difundir lo mío y lo de otros escritores también, dando preferencia a la ficción, claro.
Espero no me manden a la hoguera por lo que digo, pero yo si creo que mientras más se publique sobre la literatura de un país, mientras más investigación y difusión se haga de lo que se está escribiendo, se puede encontrar y descubrir a los buenos escritores, aquellos que reflejen en su obra las esencias culturales, nuestro lado luminoso y sobre todo, el lado oscuro de una sociedad como la nuestra, que oculta, como decía un amigo, algún secreto incestuoso, algún cadáver bajo el piso. Develar esas culpas, esos complejos sociales, es tarea de los artistas y de los intelectuales.
En el caso del Ecuador, necesitamos espacios en los medios para la crítica literaria. Necesitamos gente especializada en el análisis de la literatura desde diferentes enfoques, creo que existen investigadores y críticos pero faltan los espacios de comunicación. Antes había suplementos literarios en la prensa, ahora se dedica una página o alguna que otra columna, en alguno que otro diario, el fútbol lo llena todo, y las poquísimas revistas literarias que existen, no están al alcance del bolsillo de todos, están escondidas por ahí en algún estante de librería.
Así que voy a poner un grano de arena, y junto a los cuentos de autores extranjeros, buscaré lo más significativo de los cuentistas contemporáneos de nuestro país, para publicarlos en este blog.
Esta vez empezaré con un autor norteamericano, pues en estos momentos estoy dedicada a leer a los extraordinarios cuentistas norteamericanos, transgresores y críticos implacables de su medio, de la hipocresía social norteamericana en épocas pasadas, presentes y futuras.


CAMPAMENTO INDIO

Por Ernest Hemingway

Habían preparado otro bote en la orilla del lago y dos indios esperaban a su lado.
Nick y su padre se colocaron en la popa y los indios pusieron la embarcación en marcha. Uno de ellos remaba. Tío Jorge se sentó en la popa del bote del campamento. El indio joven lo alejó un poco de la orilla y después montó para remar.

Las dos embarcaciones empezaron a navegar en la oscuridad. Nick oyó el ruido de los remos del otro bote, más adelante, ya que la niebla le impedía verlo. Los nativos remaban con golpes rápidos y violentos. Nick estaba recostado, y su padre lo rodeaba con el brazo. Hacía frío en el lago. El indio remaba con todas sus fuerzas, pero el otro bote siempre le llevaba ventaja.
-¿A dónde vamos, papá? –preguntó Nick.
-Al campamento indio. Hay una señora muy enferma.
-¡Ah! –dijo Nick.
El bote de tío Jorge llegó antes a la otra orilla. Cuando ellos desembarcaron, ya estaba fumando un cigarro. La oscuridad era completa. El indio joven empujó el bote hacia la playa y tío Jorge les dio cigarros a los dos remeros.
Después atravesaron un prado empapado de rocío.
El joven indio iba delante con el farol. Pasaron por el monte y siguieron un sendero hasta el camino. Allí había más luz, pues el monte estaba cortado a ambos lados. El guía se detuvo y apagó el farol de un soplo. Finalmente, avanzaron todos por el ancho camino.
Doblaron una curva y apareció un perro ladrando. Más allá se veían las luces de las chozas de los leñadores indios. Unos cuantos perros más salieron al encuentro de los recién llegados. Más allá se veían las luces de las chozas de los leñadores indios. Unos cuantos perros más salieron al encuentro de los recién llegados. Los dos indios los hicieron regresar a las chozas. En la que estaba más cerca del camino había luz en la ventana, y en la puerta esperaba una anciana con el farol encendido.
Dentro, una india joven estaba tendida en una litera de madera. Durante dos días había tratado de dar a luz. Todas las ancianas del campamento la habían ayudado. Los hombres, por su parte, iban a fumar al camino, lejos de allí, por no oír los lamentos de la mujer. Cuando Nick y los dos indios entraron detrás de su padre y tío Jorge, estaba gritando. Estaba acostada en la estera inferior. Parecía enorme bajo la colcha. La litera superior la ocupaba su marido, que tres días antes se había cortado un pie con el hacha. Fumaba en pipa. La habitación olía que apestaba.
El padre de Nick ordenó que pusieran un poco de agua al fuego, y mientras se calentaba habló con el muchacho:
-Esta señora va a tener un hijo, Nick.
-Ya lo sé.
-No, no lo sabes- prosiguió su padre-. Escúchame. Está sufriendo los llamados dolores del parto. La criatura quiere nacer y ella quiere que nazca. Todos sus músculos están tratando de que salga la criatura. Eso es lo que ocurre cuando grita.
-Comprendo –asintió Nick.
En ese instante, la mujer lanzó un grito.
-¡Oh! ¿Y no puedes darle algo para calmarla, papá?
-No. No tengo ningún anestésico. Pero sus gritos no tienen ninguna importancia. No los oigo, porque no tienen importancia.
En la litera superior, el marido se volvió hacia la pared.
La mujer que vigilaba el agua indicó al médico que ya estaba caliente. El padre de Nick fue a la cocina y echó la mitad del líquido de la enorme olla en una palangana. Después sumergió en el agua que quedaba en la olla varias cosas que llevaba envueltas en un pañuelo.
-Esto tiene que hervir –dijo mientras empezaba a lavarse las manos en la palangana con el trozo de jabón que había traído del campamento.
Nick observó atentamente el cuidado con que su padre se frotaba las manos. En aquel momento volvió a dirigirle la palabra:
-Como verás, Nick, primero tiene que salir la cabeza de la criatura, aunque a veces no ocurre así. Entonces se producen muchos inconvenientes para todos. Quizás tengamos que operar a esta mujer. Dentro de un ratito lo sabremos.
Una vez terminado el minucioso lavado, se dispuso a trabajar:
-¿Quieres retirar esa colcha, Jorge? Prefiero no tocarla, ahora que tengo las manos limpias.
Luego, cuando empezó a operar, Tío Jorge y tres indios sujetaron a la mujer, que en una ocasión mordió a Tío Jorge en el brazo, haciéndole exclamar:
-¡Perra india de porquería!
Y el indio que había remado en su bote lanzó una carcajada. Nick sostenía la palangana al lado de su padre, que tardaba mucho. Finalmente, sacó la criatura, le dio una palmada para hacerla respirar y la entregó a la anciana.
-Mira, es un niño, Nick. ¿Qué opinas como practicante?
-Que está muy bien –dijo Nick, mirando hacia otro lado para no ver lo que hacía el padre.
-Así. Eso es –dijo éste poniendo algo en la palangana.
Nick apartó la mirada de nuevo.
-Ahora hacen falta varias puntadas. Haz lo que te parezca, Nick. Si quieres mirar, mira, y si no, no. Voy a coser la incisión anterior.
Nick no contempló la operación. Había perdido toda curiosidad…
Su padre terminó, incorporándose. Tío Jorge y los tres indios también se pusieron de pie, Nick llevó la palangana a la cocina.
Tío Jorge se miró el brazo, y el indio joven sonrió al recordar la escena del mordisco.
-Te pondré un poco de peróxido, Jorge –le dijo el médico.
Luego se inclinó sobre la mujer, que estaba muy pálida y quieta y con los ojos cerrados.
Había perdido el sentido.
-Volveré por la mañana –explicó el doctor, poniéndose de pie -. La enfermera de San Ignacio llegará aquí a mediodía con todo lo que necesitamos.
Estaba muy alegre y locuaz, igual que los jugadores de fútbol en los vestuarios después del partido.
-Esto es como para publicarlo en el boletín médico, Jorge –manifestó -.¡Imagínate! ¡Hacer una operación cesárea con una navaja y coser la herida con hilo de tripa! ¡Casi nada!
Tío Jorge estaba apoyado contra la pared. Seguía mirándose el brazo.
-¡Oh! No hay duda de que eres un gran hombre –afirmó.
-Ahora hay que echarle un vistazo al orgulloso padre. Generalmente, son los que más sufren en estas pequeñas tragedias. Aunque hay que reconocer que se portó bastante bien.
Pero al retirar la colcha que cubría la cabeza del indio, sacó la mano mojada. Entonces se subió al borde de la litera inferior y miró la otra con la ayuda del farol. El nativo yacía con la cara hacia la pared. Un tajo de oreja a oreja, le atravesaba el cuello. La sangre formaba un charco la parte del lecho hundida por el peso del cuerpo. La cabeza descansaba sobre el brazo izquierdo, y la navaja abierta estaba encima de las mantas.
-Haz salir a Nick, Jorge –dijo el doctor.
Pero no hubo necesidad de hacerlo, pues Nick, desde la puerta de la cocina, había visto la litera cuando su padre, farol en mano, echó hacia atrás la cabeza del indio.
Empezaba a clarear cuando regresaron al lago por el camino de los leñadores.
-Estoy arrepentidísimo de haberte traído, Nick -dijo su padre. Le había desaparecido la alegría que había sucedido a la operación-. Ha sido algo espantoso y poco conveniente para ti.
-¿Siempre sufren tanto las mujeres cuando dan a luz? –preguntó Nick.
-No, esto ha sido algo excepcional, muy excepcional.
-¿Y por qué se suicidó él, papá?
-No sé. No habrá podido aguantar lo que vio, supongo.
-¿Se suicidan muchos hombres en casos como este?
-No muchos, Nick.
-¿Y muchas mujeres?
-Es raro.
-¿No se suicidan nunca?
-¡Oh! Sí. A veces lo hacen.
-Papá…
-¿Qué?
-¿Adónde fue tío Jorge?
-Volverá enseguida.
-¿Se sufre mucho al morir, papá?
-No, creo que no, Nick. Depende…
-Luego se sentaron en el bote: Nick en la popa y su padre en el centro, remando. El sol ya se asomaba por las colinas. Un róbalo saltó y formó un círculo en el agua. Nick introdujo la mano en el agua, que estaba tibia a pesar del frío matinal.
En el lago, sentado en la popa del bote, en aquella hora temprana, mientras su padre remaba, Nick tuvo la completa seguridad de que nunca moriría…

…………………………..

ERNEST HEMINGWAY: Nació en Oak Park, Illinois, en 1891. Conocido por sus novelas: Adiós a las armas, Por quien doblan las campanas, El viejo y el mar…Hemingway es más complejo y certero en sus cuentos, y sobre todo en el cuento corto. Observador agudo de los seres humanos, de sus acciones y de su entorno, Hemingway recrea sus tramas, extrae momentos cruciales e imágenes de la realidad vivida. Participó en las dos guerras mundiales y en la guerra civil española, como integrante de la cruz roja, soldado y corresponsal de guerra. Digno representante del realismo norteamericano, mientras vivía en París se unió a escritores que pertenecieron a la llamada generación perdida: Scott Fitzgerald, Ezra Pound, Gertrude Stein.Vivió en Cuba muchos años, antes y después de la revolución. Se suicidó en 1961, mientras vivía en los Estados Unidos. Obtuvo el premio Nobel en 1954.

2 comentarios:

  1. Yvonne: Ante todo me parece bien lo que haces. Lo que me cuestiona un poco es ese tono rencoroso hacia quienes figuran. En realidad, lo considero innecesario. Más bien tenemos que buscar espacios para estar nosotras también presentes, y ahora hay mucho. Creo que el resentimiento y la amargura no llevan a ninguna parte más que a lastimar nuestro interior.
    Te sugiero que visites un nuevo blog que hice con mis cuentos, por si quieres material, jaja: el link es http://lukcuentos.blogspot.com
    Un abrazo
    Lucre

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  2. Creo que no leíste bien el texto del blog, o lo interpretaste subjetivamente. Es fácil hablar de resentimiento y amargura para no ir más allá. En esta sociedad se hace necesario el análisis y la reflexión sobre lo que somos. Sé que Agustín Cueva y Bolívar Echeverría lo han hecho con gran lucidez y por eso son conocidos fuera del Ecuador, tal vez porque primero fueron reconocidos en México. Existen estudios de lo que se está haciendo en el Ecuador en Literatura, actualmente, pero no hay medios que los difundan o los hay muy pocos y poco accesibles. Por eso no se conoce la literatura ecuatoriana fuera del Ecuador, como sí sucedió en tiempos de Benjamín Carrión.

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