jueves, 30 de mayo de 2024

CONSEGUIR LA PAZ

CONSEGUIR LA PAZ 

  Sería fácil si los gobiernos mundiales asumieran la decisión de obtener la paz, pero no quieren detener la guerra y la caída hacia el abismo, consideran lícita la matanza entre bandos opuestos con el fin de apoderarse de territorios para el latrocinio y la depredación de recursos materiales y naturales. 

Inexplicable sinsentido, la existencia de las leyes de la guerra, el reclutamiento forzado para ir a matar o a morir, expresan lo elemental y primitivo de la inteligencia humana que pretende llegar a las estrellas pero no considera, ni por un instante, el uso de la tecnología para investigar y desterrar el instinto destructivo y de agresión hacia sus semejantes. Gobiernos empecinados en usar su arsenal, cada vez más sofisticado, para utilizarlo en matanzas y crímenes espantosos. Gobiernos fanatizados, que en su primitivismo y demencia creen en la venganza como una religión para borrar pueblos y poblaciones, sintiéndose, por su fanatismo sectario, honrar a sus egos sanguinarios, a su enfermedad mental que no razona sino que entregado al mal y a la crueldad conduce a su rebaño al exterminio de los otros, sabiendo, quizás en el fondo, que tendrá como consecuencia el exterminio de su propio pueblo, como el mar cuando retrocede y regresa en un tsunami para devorarlo todo. 

Si el monstruo demencial está en cada uno de los seres humanos, cuando estos no saben controlarlo en sí mismos, la ciencia, aquella que ha encontrado el verdadero camino, debe tener como objetivo esencial, descubrir el punto donde tiene origen la violencia de los seres humanos y lograr esa mutación que transforme el mundo en un lugar para vivir y experimentar el altruismo, eso que denominamos felicidad y que la expresión estética más elevada nos señala como el camino de salvación para el planeta y sus habitantes.

jueves, 23 de mayo de 2024

SOLILOQUIOS

SOLILOQUIOS 

 Un día seco, debería tomar agua. Un sol candente nos abrasa y nos abraza en cierto modo. Estoy en la puerta, apagué el televisor, estoy harta de su ruido aturdidor aunque a veces hace falta para ver algo que nos ponga en contacto con el mundo y tomar distancia de esa nostalgia que nos visita a menudo. Hay una atmósfera amodorrada pero estoy bien protegida por la sombra del árbol que me acompaña. A pesar de todo lo que aconsejan y que no nos sirve a todos, amo la soledad, no siempre pero la mayor parte del tiempo a pesar de que, a veces, los pensamientos provoquen sombras premonitorias. 

Desde los años que mi piel marchita acoge todavía, hago viajes al pasado y al futuro o a los sueños sin tiempo que transito mientras duermo. Los años traen esa sensación perezosa de no hacer nada, como un privilegio que antes lo negábamos por la ansiedad que en la juventud nos perseguía para solucionar los problemas del momento : “cuanto antes mejor”, decíamos cuando vivíamos con alguien a nuestro lado, no sé si porque temíamos ser juzgados o porque perseguíamos una tranquilidad artificiosa, que daría pauta a otra inquietud artificiosa. No sé, todavía hay códigos indescifrables, todavía somos humanos

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Estar aquí y ahora, qué difícil cuando estás dentro de un sistema del que buscas escapar como de una cárcel que el mismo entorno oficial se encarga de darte los medios para huir de la realidad y mirarte en espejos falseados, aunque ésta sea la ocasión para observar, para mirar hacia adentro, penetrar un paisaje brumoso y descubrir laberintos interiores. 

A ver..., que hay afuera: el cielo blanco con ligeras nubes grises, todavía hay luz de día y escuchas el ruidoso tráfico del otro lado de la pared del jardín. Cabecea el zumbido de una mosca, oyes el sonido grave de un avión invisible que se abre paso entre las nubes para ingresar al azul celeste, apenas perceptible. 

 

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 La bisagra al abrir la puerta tiene un ruido añejo, La puerta cruje cada vez que el vecino sale al patio para ir a la calle. Cuando lo encuentro saluda levemente con ese saludo breve y desconfiado. Alguna vez discutimos por problemas del vecindario y luego el silencio, lo escucho cuando cruza discretamente el patio para evitar el encuentro. El sonido de la puerta denuncia su presencia, quizás para que los vecinos sepan que está allí, que existe y que está vivo. Mis discusiones con los gatos en el jardín a veces lo alertan, y, al entrar escucho el sonido de su puerta como señal de que no se ha ido, que está solo pero que aún puede hacer algo, salir en bicicleta o algún corto diálogo con el otro vecino. 

El hombre que habita el cuarto con la puerta que se abre, a veces, seguirá allí para siempre, lejos de la algarabía de los días festivos